Vivimos tiempos extraños en los que nos ha tocado mirar para adentro y redescubrirnos, limpiar el polvo, abrir cajones cerrados hace mucho tiempo y soñar con espacios abiertos por dónde se cuele el sol cada día y rebosen luz.
Deseosos estábamos de salir, de caminar libres, sin horarios y sin reglas. De abrazarnos, de compartir, de recuperar las rutinas que antes nos esclavizaban y sentimos, ahora, nos habían robado. Pero en todo este tiempo de encierro, de compañías estancas y limpieza de trastos viejos a muchos nos/os ha tocado redescubrir vuestra casa.
Comparto estas reflexiones porque durante el encierro y ahora en el post- encierro, me llegan muchas consultas buscando ideas para renovar algún espacio de su casa. Porque se han dado cuenta de que no es funcional, o no tiene suficiente luz o simplemente la han empezado, por fin, a vivir y a escuchar. Clientes que llegan pidiendo luz, paz, serenidad. Otros alegría, color o vitalidad. O simple funcionalidad. Que todo tenga su sitio y que no llenemos los espacios con objetos o muebles inútiles que jamás utilizaron.
Y muchos llegan con ideas de revistas, de Pinterest o de Instagram, proyectando ahí sus sueños. Casas espectaculares, ajenas a lo que somos o muy alejadas de nuestra propia realidad. Y yo suelo preguntar, ¿cómo vives? ¿cómo te quieres sentir en ella? ¿Cuánto quieres que hable de ti? ¿qué te sobra? ¿y qué es lo que no puede faltar?
Casi todos esperan de mí la gran idea o que les sorprendas con una distribución o un color que ellos nunca imaginaron. Éste trabajo no se trata de eso, o yo al menos no lo entiendo así. Este trabajo se trata de ayudaros a hacer que vuestro sueño, esa casa que imaginas y que mentalmente proyectas se haga realidad. Ya desde un inicio tuve claro que no se trataba de hacer “la casa que yo proyectaría” y si no que se trataba de diseñar y construir “la casa que tú sueñas”.
Una de las mejores cosas de este trabajo es recibir el agradecimiento de un cliente que te escribe para decirte que gracias a ti ama su casa. Lo que desconocen es que no soy yo la que transforma su casa, que son ellos, con sus ideas, sus fotos, sus gustos o su estilo de vida quienes me cuentan entre líneas el proyecto, los colores, la distribución y los complementos. Y en este proceso de pensar, de contarme cosas, de imaginar y de soñar juntos, observo curiosa su proceso de enamoramiento con ella. La ilusión de las primeras citas con un simple plano delante. La emoción cuando creemos haber encontrado la mejor solución. Los mensajes a deshoras contándote que tienen dudas, que de repente se han dado cuenta de… Los nervios y las inseguridades cuando ya se comprometen a cambiar el color de la pared o comprar un sofá nuevo (¿entrará? ¿quedará bien, ¿verdad?) Y cómo no, la magia de ver cómo todo se transforma, descubriendo que todo aquello que hemos imaginado juntos durante el camino, se va haciendo realidad. Para acabar amando su casa.
Y en ese proceso de enamoramiento, confieso que yo me enamoro con ellos de su casa, de cada estancia. Que la ilusión y la emoción se me contagia y que nada me hace más feliz que ver su cara la primera vez que entran y ven el nuevo traje que le hemos ido tejiendo juntos. La diferencia es que yo, al final, sólo soy una amante pasajera, que al final se tiene que despedir y que, aunque siempre les llevará en el corazón, tiene la misión recomenzar todo el proceso, en otro lugar y con otra gente.
Y es que al final, amar tu casa no significa tener los mejores muebles, ni el salón más grande. Amar tu casa es simplemente cuidarla, buscar su luz y potenciarla. Observarla y escucharla. Buscar sus y tus colores. Encuentrar sus y tus rincones. Darle vida, amor.
Así que la pregunta es y tú, ¿amas tu casa?
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